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¿La economía o la vida?
La pandemia nos ha puesto a preguntarnos: “¿qué es más importante, la economía o la vida?”, y a respondernos, por supuesto, que lo segundo. Pero esa disyuntiva, como explicaré, es engañosa. Y, a veces, mortal.
La confusión comienza con el curioso significado que algunas personas le asignan al término ‘economía’. Creen que significa algo así como “el quehacer de los pudientes”. Se imaginan que la palabra se refiere a bolsas de valores, presupuestos de empresas multinacionales, balances de bancos y jugadas de grandes inversionistas. Piensan que ‘economía’ es una forma sofisticada de decir ‘dinero’.
Y no. La economía –que etimológicamente significa ‘el manejo del hogar’– no es la esfera del dinero, sino el agregado de la actividad humana. Muchas decisiones, que las entendamos así o no, son decisiones económicas: almorzar en casa o afuera, matricularse en un posgrado o hacer un viaje, escoger un colegio u otro para los hijos, ir al trabajo en bicicleta en vez de carro, etc. Algunos dirán que esa última decisión, por ejemplo, obedece a motivos ecológicos, no económicos. Pero los motivos ecológicos también son motivos económicos (como nos lo anuncia la raíz ‘eco’), pues al preferir la bici al auto hacemos una transacción de índole económica: intercambiamos algo que nos sobra –tiempo, fuerza o confort– a cambio de algo que valoramos más: contaminar menos el medio ambiente.
Y la actividad de las personas es inseparable de lo que llamamos, en falaz oposición, “la vida”. La economía es una manifestación de la vida, quizá la más importante, pues es la que resulta de las decisiones que los humanos tomamos para darle forma, color, gusto, sentido y valor a la existencia. Eso incluye el vaivén de los mercados bursátiles, sí, pero también el café de la mañana en la tienda del barrio, el dobladillo que una modista le cose a un vestido y el mariachi que alegra una reunión familiar. Lo que llamamos ‘economía’ es la suma de esos pequeños acontecimientos, de los que hay millones a diario. En otras palabras, la economía –la acción humana– es la vida misma; lo que hace que valga la pena y sea algo más que la ciega mitosis de las células.
Hasta ahora he mencionado solo cosas que dan agrado: un café, un vestido, un mariachi (o un cuarteto de cuerdas, cada quien a lo suyo). Pero la economía también son las cosas que dan sustento: el techo, la comida, la medicina, los servicios públicos. En ciertos sentidos muy reales –el de quien tiene hambre, por ejemplo, o necesita un tratamiento médico–, la producción económica es indispensable para la supervivencia. No por nada hay una bien establecida correlación entre esperanza de vida y crecimiento económico. Puesto que ni las cosas superfluas ni las esenciales surgen por generación espontánea, sino por la actividad intencional de seres humanos de carne y hueso queriendo mejorar sus condiciones materiales y sociales, cuidar la economía, procurar que goce de buena salud, es análogo a cuidar la vida. Es peligroso creer que son opuestos.
Seamos, entonces, juiciosos acatando el aislamiento, pero construyamos desde ya la estrategia de salida, el ‘estartazo’ que nos permita volver a una economía lo más plena posible, lo más pronto posible. No hay otro camino, pues no hay disyuntiva entre vida y economía. Si se apaga una, se apaga la otra.
Thierry Ways
@tways / [email protected]
Fuente https://www.eltiempo.com/